THE SILENT ROUTE, LA FÓRMULA PERFECTA PARA SENTIR UN TERRITORIO A DOS RUEDAS
Cuando accedes a The Silent Route la sensación es la de adentrarte en un lugar mítico, fantástico. La carretera se estrecha y te envuelve, reduces la velocidad, empiezas a sentirte cómoda, a relajarte, a disfrutar.

Si entras desde Cantavieja, te reciben los prados de montaña del Cuarto Pelado, diferentes en cada época el año, hogar de numeroso ganado vacuno que disfruta de los ricos pastos durante el estío. Pero la imagen bucólica dura poco. Pronto hay que centrar la atención en el enrevesado trazado de las estimulantes curvas.
Cerca de estas zonas de pastos, en un apartadero de la carretera, se encuentra el área de descanso de “El Caimán”, un homenaje al mítico autobús que recorre The Silent Route de lunes a viernes y que recibe este nombre porque uno de los primeros era un autobús verde y con morro. El que se reproduce en esta zona es el que funcionaba en los años 60. Allí puedes descansar y conocer su historia y la de la carretera.
Enseguida la carretera se encaja para abrirse paso en las estrechas márgenes del barranco labrado por el río Cañada, que nos acompañará durante buena parte del trayecto, esculpiendo un paisaje abrupto y escarpado. Este río, hoy estrecho y con poca entidad, en tiempos pasados debió albergar un considerable caudal capaz de horadar un barranco tan profundo. La carretera serpentea durante kilómetros, adaptándose al relieve, suspendida sobre la ladera, apareciendo en cada curva un nuevo abismo. Y así son también los primeros pueblos de la ruta, Cañada de Benatanduz y Villarluengo, ambos desafían la gravedad asomándose al barranco circundante. El caserío de Cañada se desparrama por las laderas alrededor del barranco, mientras que las casas de Villarluengo se aprietan en el peñón rocoso que siempre sorprende cuando, después de la última curva de la carretera, lo encuentras de repente, agarrándose para no caer al barranco.
Tras coronar el Puerto de Villarluengo el descenso hasta el río Pitarque es vertiginoso. El Pitarque y el Cañada, junto con el Guadalope, al que se unen aguas abajo, son los artífices del imponente relieve que circunda The Silent Route. Llegamos al Hostal de la Trucha, donde es inevitable evocar el pasado y acordarse de la cantidad de personas que trabajaron en las fábricas, primero de papel y luego textiles. ¡Qué momento tan próspero tuvo el Maestrazgo!

La carretera serpentea de nuevo ascendiendo hasta encontrarse, sin anestesia, con la mole pétrea de los órganos de Montoro. Siempre hay que parar para disfrutarlos y respirar el silencio. Es inevitable. Y cuando desciendes para seguir la ruta y más cerca los tienes, son todavía más impresionantes. Hay que pasar a su lado despacio, admirando las agujas de piedra que se elevan hacia el cielo. Es emocionante y sobrecogedor.
En este punto se cruza el Guadalope, que baja abriéndose paso desde los impresionantes estrechos de Valloré y Mas del Arco. Aquí comienza de nuevo el ascenso sinuoso por las curvas imposibles del puerto de Los Degollados hasta llegar al Collado Frío donde, poco a poco, el paisaje se abre. En una de las curvas del recorrido, dominando el entorno, encontramos a “Silencioso”, la cabra símbolo de la ruta, que se ha convertido en parada obligada para hacerse un “selfie” y, de paso, admirar el paisaje circundante. Desde allí se domina, hacia el sur, todo el relieve del alto Maestrazgo entre el que se puede adivinar el zigzageante trazado de The Silent Route.
A partir de este punto la carretera se relaja y las curvas se vuelven más dóciles. Entramos en el territorio de las “Masías de Ejulve”, donde puedes conocer el hábitat disperso y el modo de vida de las masadas, un patrimonio natural, cultural e histórico de gran valor.
El paseo ya casi toca a su fin, pero todavía nos espera Ejulve, arracimado en la ladera, y coronado con la curiosa torre-campanario de la iglesia. Las mejores vistas de la localidad se pueden disfrutar desde la ermita de Santa Ana, justo enfrente, y merece la pena acercarse allí a hacer una buena fotografía y volver a respirar y sentir el silencio. Y por qué no, aprovechar el momento y la zona de merendero para saborear los sabrosos productos del territorio: quesos, jamones, elaborados cárnicos, miel…

Desde Ejulve hasta el fin de la ruta, en la Venta de la Pintada (Gargallo), la carretera es más amable. Se transita con calma por las parameras ejulvinas, donde el paisaje ha cambiado completamente, con amplias panorámicas sólo limitadas al sur por la belleza tranquila y majestuosa del pico Majalinos. Y, si llegamos al atardecer, impresionan los magníficos crepúsculos ebrios de color. Sin duda un perfecto broche para finalizar la ruta.